Segundo año consecutivo que correría la maratón de Barcelona… sin planificarla. Gracias a buen amigo conseguí un dorsal una semana antes del evento. En esta ocasión, gracias a la experiencia de la primera, el resultado sería muy diferente.
Los preparativos de carrera fueron más cuidados que los del anterior año. Pese a que el entrenamiento no marcaba la diferencia en una semana, me encontraba ligeramente mejor entrenado que la pasada edición. Debido también a los problemas acarreados en la otra carrera, cuidé especialmente la alimentación y los suplementos, en concreto: magnesio. 5 días antes de la maratón ingerí diariamente una dosis de magnesio para prevenir las temidas rampas.
El día de la carrera fue todo tan ‘smooth’ como nunca pronostiqué. Un ritmo inmejorable en la primera parte que se mantuvo constante hasta los +32km. El pensamiento que me rondaba la cabeza era sencillo: «cualquier metro extra a partir del punto donde me vine abajo el año pasado, será una mejora». Y así conseguí estirar mi límte. Solo competía contra mi yo-pasado.
El momento de clímax llegó en la, hasta ese momento fatídica, recta de Paral·lel donde el año pasado me rompí y donde históricamente siempre me resultó tediosa. El momento que volteó todo ese pensamiento fue llegar al último km de la carrera con un tiempo inmejorable batiendo de calle el registro del año anterior y un cálculo en la cabeza: si mantengo un decente pero exacto 5:00 km/min este último km terminaré la carrera en 3 horas 30 minutos. Con este cálculo y ayudado por el comienzo prominencial de una canción, comencé la subida de Paral·lel, cantando, adelantando y sonriendo. Pasándomelo bien. Desde entonces, Paral·lel tiene otro significado para mí.
Terminé fresco. Muy fresco. No hubo secuelas ni ese día ni posteriores. Extraje dos conclusiones: tanto mentalmente como físicamente me preparé correctamente y, segundo y más importante, soy capaz de volver a estirar el límite.
Comments are closed, but trackbacks and pingbacks are open.