Como iréis viendo, me hace gracia correr en virtualmente cada ciudad que visito. También tengo la afición de fotografías los cines de cada ciudad, pero esa es otra historia.

La experiencia de Viena fue graciosa y única hasta ese momento. Después de un cambio radical en los planes de viaje (pasamos de un viaje en bici de 9 días a 2 de bici y el resto de tren), pues faltaba algo de deporte más allá de andar lo indecible.

Viena es enorme. Podría vivir en ella. Es mi tipo de ciudad. Al día de visitarla, nos habíamos marcado un día intenso de recorrer diversos barrios. Non-stop. Como no, tuve la brillante idea de salir a correr esa mañana, obviamente mi compañero se quedó durmiendo y esperanzado de que me cansase y así más tarde el ritmo del paseo fuera más ligero. Iluso.

La ruta para correr tenía que ser fácil, coger una calle y continuarla. Nada más. Olvidarme de la ruta. Soy bastante bueno orientándome así que no debería haber ningún problema en si me desviaba. Pero cometí un error, me llevé un mapa de Viena. Era demasiado tentador y comencé a consultarlo, a veces parándome y otras sobre la marcha para recalcular la ruta o comprobar que iba por el camino correcto ya que… no era tan fácil como seguir una calle.

Recuerdo pasar por un barrio un tanto feo / industrial, un puente sobre uno de los afluentes del Danubio, pero lo que más recuerdo es ir corriendo con un mapa en la mano e ir mirando nombres de calles.

Una carrera inusual para mí y supongo que para todo aquel que viera a un runner con un mapa en la mano. Al salir los de lo hotel ya me miraron me miraron de forma curiosa porque supongo que no muchos de sus clientes sale temprano a correr 😛